Una panorámica del sol despuntando sobre unos grises edificios. Una familia desayunando. Una oficina indeterminada. Una llamada telefónica, un encuentro, una misión. De aquí en más el film de A. Testa y F. Márquez se dispara, literalmente, hacia las tinieblas. Deambulando por las calles desiertas de una Buenos Aires oscura, casi fantasmagórica, Francisco Sanctis intenta reconocer a la pareja que será secuestrada esa noche y de la cual sólo él conoce sus nombres y sus apellidos y su dirección; pero es en vano, son apenas sombras nocturnas anónimas e inasibles. Este film acerca de un presente cercado por el temor, no es tanto sobre una encrucijada ante la cual se debate un hombre que escribía poesías revolucionarias antes de ser atrapado por el miedo, sino la puesta en escena de una postergada decisión. En esta larga noche instaurada por la más terrible dictadura militar que se abatió sobre nuestro país, Francisco Sanctis siempre supo aquello que debía hacer porque, como sentenciaba Hegel el drama no es elegir entre el bien y el mal, sino entre el bien y el bien. No es necesario ser un héroe, o convertirse en tal, para enfrentarse con el horror.